El objetivo de este artículo es replantear la pregunta por el sentido de la educación desde una revisión crítica de su fundamento antropológico y ético en un tiempo que acusa profundas transformaciones en el ámbito social, político y cultural. En esta perspectiva, formulamos una primera aproximación al fenómeno de la violencia sobre el supuesto de que su presencia expresa, en un sentido primario y más profundo, un sentimiento de frustración, pérdida y disolución. La educación no ha podido mantenerse al margen de las repercusiones de su tiempo. En este sentido, la crisis que afecta a la educación no es sólo reveladora de un desorden y desequilibrio en el orden de los medios, sino más bien respecto de los fines. El desplazamiento de la tarea de humanizar en pos de la inserción cada vez más rápida y efectiva en el ámbito del trabajo técnico y especializado, el privilegio del pensamiento puramente instrumental por sobre el reflexivo, la enseñanza fragmentada por sobre la experiencia de totalidad y de lo concreto, que no sólo han simplificado, sino también reducido la complejidad del fenómeno educativo al logro de ciertos conocimientos y a la reproducción de patrones estandarizados de rendimiento. En este contexto, el sentido de la educación hoy aparece diluido, y desdibujado. Frente a esta situación resulta imperioso volver la mirada sobre las posibilidades éticas y existenciales de reconstrucción del sentido de la educación y de la existencia humana.